HYPERVERSOS - CONDENADOS - TEATRO ERNESTO GÓMEZ CRÚZ
CONDENADOS
Si he de morir un día que sea en el sitio
merecido, ese que te acusa tanta belleza, ese que es Olimpo, esa hendidura en
que se halla Hades e Infierno, y cuando toca la boca vuelve Paraíso.
Nos hemos encontrado, tanto como hemos
pretendido y todo viernes es de faena y no paramos hasta salir lacerados y el
sólo andar sea un suplicio, luego otra vez nos encontramos para sanarnos,
lamiendo las heridas, abrazando nuestros vicios, haciendo que amamos olvidando
lo que hacemos, figurando que somos bravos y que mutuamente devoramos lo que se
haya en nuestros cuerpos, de eso va la vida, la que nos juramos, de la que
somos animales y testigos.
Parece que la ciudad nos abandona o es a
nosotros a quienes no nos importa.
Llega la hora y tú idolatras ese collar de
perlas que te he forjado que se va desdibujando y rueda presuroso entre tus
pechos, sabe de tu ombligo, ese es su lugar y por las mañanas también el mío.
Moríamos de hambre o de sed o de pena,
moríamos de cualquier cosa pero no de amor, éramos la jauría entera, y sólo
necesitábamos ser dos para que esta ciudad hablara de nosotros y se precipitara
en llamas y entonces no había diferencia entre nuestra cama y lo que sucedía
afuera, el mundo ardía, nada nos importaba, el hambre seguía sin espantarnos,
morir de inanición era dejar de estar furiosos y quitar las manos de las brasas
que en medio de nosotros se estaban consumando.
Todos los viernes ella escondía el mar, y
luego me pedía que lo escuchara a través de su vientre, yo me colgaba por
horas, le cantaba versos, le hablaba despacio, llenaba de vaho el sitio y
dibujaba corazones descompuestos, ilusiones rotas y el nombre de nuestros
errores, fuimos perfectos.
Te miraba tendida, y no hacía más que
acariciarte las piernas como si tuvieras 20 años, me escondía bajo tu falda y
ahogaba la palabra, hubiera mentido al decirte que tarareaba nanas, para nada,
hubieran tenido que lavarme la boca por obsceno o excomulgarme del mundo
cristiano, cuántas cosas sucias pronunciaba, cuantas alevosías en nombre de
Dios, del Dios bajo la falda, era como un río que en mi boca se desmadraba, un
Partenón en que me batía siete días a la semana.
Qué faenas mujer, cuánta carne, es imposible
que sigamos vivos, deberíamos de estar exiliados por sensuales, lapidados por
deliciosos, condenados por tentarnos tanto, somos como esa culpa adolescente,
contamos hasta cien y otra vez nos estorban las manos, nos sobran las bocas y
nos falta tantita divinidad, tú siempre virgen, yo siempre inhiesto.
Pender de esos pechos con olor a corazoncitos
perfumados, salir de la guarida para quitarle al mundo la condena del pecado, y
tragarlo, así arrepentidos y perdonados nos iremos sin costillas que definan
nuestro sexo, sin manzanas que nos compren lo exquisito, un detalle lechoso y
algodonado en tu nombre y dos ladrones al costado, por qué no, también amando.
En el
principio estabas ahí y eras, y yo parecía un desorden y estaba vacío, te
acercaste a mi oído y creaste la marea, sea la ventura y la ventura nos arropó
pronto dejando de ser cadáveres expuestos, sean las bocas y las nuestras
comenzaron a juntarse desesperadamente, pero las bocas necesitaban de una
lengua, y ésta apareció de tajo, con la consigna de encarnarse a la opuesta,
luego manos, piernas, torso y durante 5 días más te centraste en los sexos,
muestra de la perfección que a semejanza tuya se regala, sí, he considerado
desde hace muchos besos que eres Dios.
He considerado también desde hace mucho sexo
que eres Dios, no el de los fanáticos, tampoco al que desafían los ateos, no,
eres ese Dios que compuso un milagro entre nuestras piernas, el que nos hizo
hermosos, radicales, amantes hambrientos, el que se posa en mis costillas y
aduce que estaremos respirándonos tanto tiempo, yo a tu diestra nomás mirando y
de vez en diario pendiendo de tu vientre ansioso, famélico.
Dos son las cosas en que pienso todo el día,
la primera eres tú aunque tú no eres una cosa sino todas las cosas y la segunda
es en lo que te voy a hacer encima de las sábanas, debajo de ellas, en medio de
esta vida, a la vuelta del minutero, tomarte porque te pertenezco, allá la
ciudad nada nos extraña, Dios nos olvidó por habernos compartido tanto, por
comer pan de nuestro cuerpo y beber de esa sangre que te emana y que ha sido
vida, nos desterraron y ahora estamos tan ebrios.
Mujer, hágase tuya la voluntad igual ardemos
en tierra, igual ardemos de infiernos.
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